lunes, 22 de abril de 2013

Primera reflexión


Parece ser que los primeros test de inteligencia a niños fueron realizados a mediados del siglo XIX en Francia. Las primeras conclusiones fueron estas: los niños pobres son menos inteligentes que los ricos. Tal barbaridad, que quizá provoque una sonrisa en el lector, puede ser inferida a un no muy lejano futuro en el que se prevee una educación pública masificada y con unos recursos casi inexistentes. Al ya maltratado sector docente, acribillado por una clase política que sólo ve cifras y pérdidas en todo lo público, se suma una presión económica a las familias que a veces malviven de la caridad y de algún que otro contenedor con sobras.
No podemos permitir, en un país que consideramos desarrollado, que la educación se convierta en un artículo de lujo, que las diferencias culturales se remonten a abismos como en la edad Media. No se puede reducir a cifras, que por cierto dan los que están dirigiendo alejados de la realidad, la verdadera tragedia de niños que comen una vez al día, de padres y madres que renuncian a un mísero bocado por llenar pequeños estómagos que tal vez mañana sigan vacíos.
Dentro de poco tiempo, los ricos seguirán siendo más ricos y más listos; y los pobres serán más pobres y analfabetos. El paso previo a la consideración de animales.
Esto, que unos ven venir directamente a gran velocidad y que otros, tapando oídos y apretando los ojos pretenden ignorar, sólo se salva con la acción de todas y cada una de las personas que aún creen en la dignidad del ser humano. No hay gesto más bello, más puro que el hecho de dedicar un tiempo de nuestras vidas a los que más nos necesitan. En la sociedad del “es que no tengo tiempo para nada, pero opino sobre todo” sólo la labor que lleva cada uno en sus espaldas da credibilidad a sus palabras y a sus reivindicaciones.
¿Podremos pararlo?


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